Una ruta por la muerte y la gloria eterna de José Martí
- Una ruta por la muerte y la gloria eterna de José Martí

Existen, en el imaginario del cubano, dos rutas asociadas a la presencia del Héroe Nacional José Martí en su reencuentro con la isla de Cuba, luego de la etapa de preparación de la Guerra Necesaria iniciada en 1895. Ambas están vinculadas con el Oriente del país. La primera es la Ruta Martiana, que va desde el desembarco por Playita de Cajobabo –en la actual provincia de Guantánamo– hasta Dos Ríos, sitio donde pasó a la inmortalidad, de cara al sol. Esta primera ruta resulta más conocida, pues el propio Martí, con su sensibilidad y su mirada escrutadora, la describió en su Diario de Campaña.
Martí cae en combate en Dos Ríos, un paraje intrincado de la geografía oriental en aquel entonces, un mediodía lluvioso del domingo 19 de mayo de 1895. Mucho se ha escrito de aquel momento, del lance comprometido de Máximo Gómez, del desasosiego generado por aquella inesperada muerte.
El cadáver del Apóstol, en manos del enemigo, fue llevado por una ruta funeraria que concluyó el día 27 de ese mes, al ser inhumado en el Cementerio General de Santiago de Cuba: ocho días de trasiego y continuos sucesos, importantes por su relación con esos momentos cruciales que rodearon su muerte y posterior descanso.
La ruta funeraria marcó seis puntos claves: Dos Ríos, el Jobo de Demajagual, el poblado y el cementerio de Remanganaguas, el poblado y la plaza de Palma Soriano, el mamoncillo francés en Hatillo, el cuartel de San Luis y su estación ferroviaria, la terminal del ferrocarril y el cementerio de Santiago de Cuba. Lo ocurrido en ellos, condicionó decisiones que marcaron, definitivamente, la historia y los sitios en los que hoy se venera al héroe.
Luego del combate en el que cayó José Martí, en el Jobo de Damajagual, se depositó el cadáver, y allí pernoctó la tropa española, hasta la mañana del 20 de mayo.
En el pueblo y el cementerio de Remanganaguas fue enterrado en una fosa común, junto a un soldado español. Desde allí comunican al mando español, en Santiago de Cuba, los resultados del combate de Dos Ríos. Se toma la decisión de trasladar a esa ciudad el cadáver de Martí, para confirmar su identificación. Se decide enviar al médico Pablo Aureliano Valencia y Forns para reconocer y preparar el cuerpo, y se construye un ataúd de cedro.
El 24 de mayo sale la tropa española con el cadáver, hacia Palma Soriano. En la plaza de este pueblo fue exhibido el cuerpo exánime, y luego llevado al cuartel, hasta la mañana del 25, cuando continuó viaje hasta el mamoncillo francés en Hatillo, lugar donde fueron hostigados por las fuerzas mambisas que intentaron rescatar el cuerpo de Martí.
Arriban al poblado de San Luis y, en el patio interior del cuartel, fue depositado el ataúd. Allí permaneció hasta el día 26 de mayo, cuando continuó viaje por ferrocarril hasta la terminal de Santiago de Cuba. Fuertemente custodiado, fue conducido al cementerio general de la ciudad. El 27 de mayo fue inhumado en el nicho 134 de la Galería Sur.
La ruta funeraria adquirió un marcado valor simbólico, y varios de esos lugares, devenidos históricos, fueron reconocidos y visitados.
En ese contexto, se justiprecia la actuación de muchos patriotas cubanos activos no solo en función de la preservación, sino también en la formación de una conciencia histórica nacional de reconocimiento y legitimación del ideario martiano, desde la república burguesa, y afianzada a partir del triunfo de la Revolución Cubana.
La ruta funeraria en la unidad de los sucesos acaecidos se puede interpretar como un conjunto de lugares de la memoria, en tanto «fueron utilizados como un mecanismo para construir la historia de una nueva nación, ya que facilitaron la difusión de todos aquellos elementos culturales que contribuyeran a la conformación de una identidad».
En este transcurrir de 130 años, hombres y mujeres de diferentes generaciones han querido marcar y perpetuar la presencia del héroe. Su vida y obra constituyen sólidos pilares en los que se soporta la identidad de lo cubano, y eso abarca el pasado, el presente y el futuro de la trascendencia de los valores que representa.
Cada uno de los lugares generó un proceso de patrimonialización que asimiló, desde la historia y la cultura local, su responsabilidad para afianzar el conocimiento de lo ocurrido, y el papel del suceso en referencia a la historia nacional.
Desempeñaron un rol destacado los veteranos de las guerras por la independencia, las fuerzas vivas y los pobladores. Existe una publicación que recoge esas actuaciones que permitieron levantar monumentos y obeliscos, así como colocar tarjas en ellos. Estos llegan a nosotros como la obra de fervor patriótico a favor de la veneración del hombre sincero que entregó su vida a la patria.
Existe un vínculo activo de los monumentos con lo simbólico, lo social y lo comunicativo de sus entornos y sus habitantes. Por ello no puede verse como un relato de la ruta funeraria del héroe fallecido, sino como el encuentro con la memoria histórica y cultural cuyo acrecentamiento progresivo, desde entonces, da nuevos y potenciales significados a su obra y a su pensamiento abarcador y extraordinario.
La ruta funeraria de José Martí permite un acercamiento a los campos de Cuba Libre, a la naturaleza extraordinaria que Martí no dejó de ponderar; nos permite confirmar que subir lomas hermana hombres, conocer esa Cuba profunda de la Sierra Maestra, entender por qué se encontraba todos los días «en peligro de dar su vida por su país y su deber».
Debemos volver a Martí siempre, en los momentos difíciles y en los momentos de gloria. Y allí, en los lugares sagrados, honrar su memoria. Así lo hizo Fidel en 1953, al asaltar el cuartel Moncada y proclamarlo autor intelectual, y no dejarlo morir en el año de su centenario; así lo hizo Camilo Cienfuegos en Dos Ríos, en su compromiso por luchar hasta la libertad definitiva.
Ese sentir patriótico nos llega desde los grandes del 68 y del 95. Salvador Cisneros Betancourt comisionó a Enrique Loynaz del Castillo para marcar el sitio de la caída en combate de Martí; Máximo Gómez, junto a otros mambises, puso la primera piedra y conminó a otros a reunir varias en aquel histórico lugar en el que imaginaba que algún día se levantaría el monumento a la memoria del héroe de Dos Ríos. Ellos iniciaron el camino de la compleja tarea de inculcar en el pueblo esa misma pasión por la herencia martiana.
Más allá de una visión cronológica, lo importante de que los jóvenes reediten o realicen la ruta funeraria sería comprender, interpretar y comunicar el panorama de actuaciones que las diferentes generaciones llevaron a cabo en lo concerniente a estos ámbitos asociados a la figura de José Martí, valorar el continuo ascenso de su dimensión histórica y, como consecuencia de ese universo, las acciones ejecutadas para perpetuar las huellas.
Cada acción realizada desde lo local, lo municipal, lo provincial o lo nacional, con sus connotaciones y ejecutorias, dio por resultado la imagen exhibida hoy en los lugares que se reseñan.
Un caso singular asiste a la persistencia ciudadana por alcanzar una tumba digna al Apóstol, cuestión que transitó por la colocación de una tarja conmemorativa en 1898, la construcción de un Templete en 1907, y la realización de un concurso a escala nacional para levantar el Mausoleo que guarda, desde 1951, los restos martianos. Esta última no significó exclusivamente la realización de una construcción funeraria, se proyectó para rendir culto a la cubanía, al alma de la patria representada en Martí.
El entierro cubano de Martí fue un homenaje al Maestro que conmovió profundamente el espíritu nacional y convocó a la conciencia para la perfección de una ética propia; en particular, cuando en 1952 se producía el artero y sórdido golpe de estado.
La exaltación por la reivindicación de la soberanía, con el recuerdo del Apóstol, hizo que, contra el régimen dictatorial combatieran jóvenes que bebieron en el ejemplo martiano la savia práctica y generosa de amor por su país, al arribar el siglo de su natalicio.
A lo largo de las últimas décadas, hombres y mujeres de la historia y la cultura, especialistas y expertos en la restauración, conservación y salvaguarda, con conocimiento e interés preservaron los sitios de la ruta funeraria de Martí. A ellos hay que agradecer que, en circunstancias a veces complejas y no poco adversas, llevaron adelante un accionar inspirado en la sentencia martiana:
«Huelgan los monumentos cuando los erige la vanidad o la lisonja, o el patriotismo satisfecho con poner en mármoles fáciles el ansia de libertad que no acierta a poner su floja y vana aspiración en obras, pero en los instantes en que no todos los hombres recuerdan lo que debieran recordar, urge que en el lugar del sacrificio y de la muerte, como señal enérgica y activa de la determinación indómita, se alce, a mandar y a avergonzar, el monumento que convidará perennemente a imitarlos. Y allí donde ha sido más tenaz la virtud, allí, en el rincón sagrado y querido, es donde debe alzarse el monumento».
El Mausoleo de José Martí, en el cementerio patrimonial Santa Ifigenia, es un símbolo de la nación. Junto a otros grandes, integra el Frente Patriótico que reunió a Mariana y a Carlos Manuel, madre y padre de la Patria; y a Fidel, el Comandante en Jefe.
El pueblo de Cuba cada año, del 19 al 27 de mayo, reafirma su compromiso con Martí en dos puntos extraordinarios de la historia: Dos Ríos y Santa Ifigenia, lugares sagrados enlazados por el viacrucis de un cubano universal.
*Conservador de la ciudad de Santiago de Cuba.
**Jefa del Departamento de Investigaciones Históricas Aplicadas de la Oficina del Conservador de la ciudad de Santiago de Cuba.