¿Por qué no entienden a los cubanos?
- ¿Por qué no entienden a los cubanos?

Conocidos los contundentes resultados del respaldo al proceso revolucionario en las elecciones nacionales de marzo último, supongamos que nuestros enemigos reúnen, entre todos, un gramo de dignidad y deciden tomar sus sillas y acomodarse para escuchar algunas cosas que se niegan a comprender.
Imaginado el escenario, allí estarían los halcones del Pentágono, los tanques pensantes de Washington, los politiqueros de San Nicolás del Peladero y algunas alimañas innombrables, que para la ocasión convendría acudan a la cita.
Lograda la atención de tan «ilustre» quórum les haríamos un poquito de historia, siempre y cuando a ellos se les controle la histeria.
Les convendría saber que hace siglos, un general español de triste celebridad y nombrado Valeriano Weyler, tuvo el macabro sueño de rendir por hambre a los cubanos y llevarlos a los extremos de la miseria, con el ruin empeño de una rendición de los mambises o la traición colectiva de los criollos a la causa independentista de la Patria.
Pero no lo consiguió, y allá está la vieja España, a veces melancólica, albergando ilusiones perdidas y donde algunos todavía se preguntan cómo fue que no pudieron con los guerreros mal vestidos, poco alimentados y armados en su mayoría solo con machetes de trabajo.
Un poco más cercano en el tiempo, avanzado en los siglos, un dictador sangriento, que gustaba de chocar copas de fino bacará con el mismísimo Richard Nixon, apostó de nuevo a la barbarie, olvidando el fracaso del español de marras y le quitó la vida a 20 000 cubanos y cubanas con la inútil ilusión de doblegar a los que se empeñaban en ser libres o mártires.
El personaje salió como perro (mis disculpas a tan nobles animalitos) que tumbó la olla, solo que esta vez en lugar de tumbarla se la llevó, cargada con el dinero que le robó al país.
Después... bueno, después la historia es más conocida: bombas, epidemias, sabotajes, bloqueo, intimidación, prohibiciones de todo tipo y mucha maldad.
Y otra vez el método de las carencias azuzadas, las recetas de agobio en busca del colapso del país, la colocación de fechas límites para celebrar la rendición y hasta la compradera de maletas que se quedan sobre los closets.
Hasta aquí la clase. Los señores del público se irán sin asimilar las enseñanzas y dotados de las oscuras gafas de la prepotencia, que les harán tropezar una y otra vez con la misma piedra.
Todo, absolutamente todo, por una gran razón: no entienden las esencias de los cubanos, que encierran las claves de un enigma que se llama resistencia y de otro que se llama orgullo.
Dentro de esta casa insular y querida, la gran familia sabe de sus errores, de sus desatinos, comprende que hay que equivocarse menos y trabajar más, se hacen las más ásperas críticas y se pone en su lugar a cualquiera que se lo merezca, pero familia al fin, no se admiten ajenos metiendo la nariz donde no se les llama ni vecinos hipócritas señalando lunares con los mismos dedos que usan para intentar sacarnos los ojos.
¡Ah! y en el caso de las alimañas, están mucho peor, porque si algo les pone la sangre caliente a los cubanos es la traición. Por cierto, de los rayadillos solo queda el desagradable recuerdo de su infamia y la burla cubanísima en las historietas de Elpidio Valdés y su caballo Palmiche.