La masacre tiene que terminar
- La masacre tiene que terminar

El secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, recientemente visitó Tel Aviv y expresó, públicamente, que «quizá» esa fuera «la última oportunidad para un cese el fuego en Gaza».
A unos pocos kilómetros de la reunión con las autoridades del país hebreo, un espectáculo dantesco, muy similar al dejado por las bombas nucleares estadounidenses lanzadas contra las ciudades de Hiroshima y Nagazaki, es la credencial de la identidad palestina sometida al exterminio en la Franja de Gaza.
La lógica indica que está muy lejos la solución de ese conflicto, mientras un actor foráneo –ee. uu.– financie y apoye en el contexto de la onu y otras instituciones internacionales al régimen sionista de Benjamín Netanyahu.
A Joe Biden y a Blinken –enviado a Israel, una vez más, como especie de «apagafuegos» ante la condena internacional– hay que aclararles que tienen la solución en sus manos: obligar a Israel a terminar con el genocidio en Palestina, o la Casa Blanca le suspende la entrega de las más modernas armas y el apoyo financiero de más de 4 000 millones de dólares cada año.
Además, el Gobierno de Biden, o el venidero, puede eliminar el veto en el Consejo de Seguridad de la onu, cada vez que el tema tenga que ver con la paz en Palestina y el cese de la agresión israelí.
Coincidiendo con la visita de Blinken a Israel, la onu, en voz de su secretario general António Guterres, urgió a «poner fin a los ataques impunes contra los trabajadores humanitarios», de los que han resultado muertos 280 de 33 países, solo durante el pasado año.
Y para no olvidar, la cifra de palestinos ultimados por la metralla sionista superó los 40 000, esto sin contar el estimado de otros 10 000 sepultados bajo los escombros de lo que fue la urbe de Gaza.
Es la hora no de las visitas del representante yanqui ni de sus advertencias carentes de valor, tampoco de las resoluciones y los llamados de las instituciones internacionales, que no son oídos ni cumplidos por los culpables del genocidio.
Falta la acción directa para cesar el crimen.