La difusión de estas teorías al constituirse la República de Cuba, en un contexto marcado, justamente, por la «invasión» de enormes sumas de capitales, dirigidas tanto a la compra de tierras, minas, bancos, comercios y transportes, como destinadas también a préstamos o empréstitos, hacía que la noción de «interdependencia» a la que aludió el intelectual Enrique José Varona, al referirse al «concepto movedizo» de independencia en los enclaves coloniales y semicoloniales en los albores del siglo XX, se expresara con más rigor en términos de «dependencia». Esta se ajustaba en sus formas a los intereses hegemónicos de los emergentes modelos imperialistas en Europa y EE. UU., con la consecuente acentuación de las atávicas deformaciones estructurales de los enclaves periféricos.
En ese complejo escenario internacional y de enfrentamientos ideológicos surgió, hace 120 años, la República de Cuba, acto que no debe reducirse a la hegemonía imperial, que entronizó el apéndice intervencionista a la Constitución de 1901. La convocatoria a la Asamblea Constituyente por el Gobierno militar fue resultado también del convencimiento por parte de los estadistas estadounidenses de que la anexión, el protectorado o cuantas fórmulas o rejuegos políticos obstaran la independencia, no estaban entre las opciones defendidas por la mayoría de los cubanos, no solo por su liderazgo revolucionario, sino por los más amplios sectores y grupos del pueblo.
De hecho, la ocupación militar (1899-1902) devino espacio de entendimiento y de reafirmación de esa tesis, refrendada en múltiples manifestaciones políticas, artísticas y literarias.
El 20 de mayo de 1902, los destinos de Cuba y Puerto Rico, antiguos territorios coloniales ocupados por EE. UU., serían diferentes. ¿Por qué el deslinde imperial en los modos de asumir sus relaciones con estos enclaves antillanos? Cuando Máximo Gómez llamaba a defender lo mucho que aún quedaba de la gesta independentista, «su historia y su bandera», apuntaba las claves necesarias para entender el hecho fundacional republicano, pero también sus desafíos.
De olvidar esa historia: «(...) llegará un día en que perdido hasta el idioma, nuestros hijos, sin que se les pueda culpar, apenas leerán algún viejo pergamino que les caiga a la mano, en el que se relaten las proezas de las pasadas generaciones, y esas, de seguro les han de de inspirar poco interés, sugestionados como han de sentirse por el espíritu yankee».

