Un héroe con música en el alma
- Un héroe con música en el alma

A diez años de la desaparición física del Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, JR comparte, en exclusiva, el amoroso testimonio de uno de sus hijos
Eran las nueve y cuarto de la noche cuando fui a darle un beso allí donde estaba sentado viendo televisión. «Papá, voy a salir a un concierto en el Salón Rosado de La Tropical». Tocaba Dairán y Los Ángeles de La Habana, que andaban celebrando su aniversario, y yo, como muchas otras veces, me aparecía para aprovechar y promocionar mi nueva orquesta. Con frecuencia Alain Daniel me invitaba a que subiera al escenario y yo ponía un coro. Igual lo hacía La Charanga, Gente de Zona para que cantara ese tema que interpretábamos juntos... Como si supiera que nos iba a dejar, me cogió la mano y me la apretó duro, duro, duro. Pero duro como nunca lo había hecho. Me miró a los ojos y me dijo: «Cuídate, mi hijo», y yo salí. No había llegado ni a la primera rotonda de Playa cuando mi hermana Diana me estaba llamando: «Corre, papá falleció».
Siempre viví el orgullo de ser hijo de Juan Almeida Bosque. Pocos tienen el privilegio de haber nacido de alguien que es amado por todo un pueblo. Fueron esas muestras constantes de cariño, de admiración, las que hicieron más soportable un dolor profundo, infinito, que jamás había sentido. Cierto que ya mi viejo estaba mayorcito —había cumplido en febrero 83 años. Y aunque había soportado más de un infarto y tenía varios stents, uno llega a creer que la gente que quiere será eterna...
Todo me parecía mentira. Me cuenta mi madre que después que me fui, se había ido con ella para el cuarto. Se acostó, le tomó la mano y cerró los ojos. Murió de un paro respiratorio. Fueron verdaderamente desgastantes los días que vinieron a partir de aquel viernes fatal hasta el martes en que fue enterrado tras un sepelio que lo llevó por distintas plazas. Recuerdo que yo me quedaba dormido y me despertaba con sobresaltos, como queriendo espantar una pesadilla, hasta que lograba comprender que se trataba de una triste realidad. El primer impulso era salir a buscarlo, pensando que me estaba esperando para darme un beso. Fueron días duros...