El nuestro representa un proyecto de nación específico que está asociado a la justicia social, a la soberanía, al antimperialismo; un proyecto de nación que enarbola los intereses de la clase trabajadora, del pueblo, lo cual es la mejor garantía para el ejercicio de la democracia real (que no se puede limitar únicamente a formalismos y rituales).
No es una organización supranacional, supraestatal o suprasocial, no es un contrapoder: es un cauce más para el ejercicio de la soberanía popular, sin equidistancia o contraposición con el Estado. Todo el sistema político socialista, en definitiva, responde al principio de la unidad del poder, de la indivisibilidad de la soberanía que reside única y exclusivamente en el pueblo.
No hay separación o partición de poderes, sino diferenciación de funciones para todos los componentes del sistema político.
El éxito del sistema de partido único radica en la capacidad de convencer a quienes habitamos Cuba, de que hagamos nuestro proyecto de vida en torno a ese proyecto común que es el socialismo, y que el modo de ver la realidad que necesita este modelo alternativo sea nuestro modo de ver, nuestro modo de asumir la realidad y, por supuesto, de tratar de transformarla. Es la función hegemónica del Partido, la que ejerce en el ámbito ideológico, su principal y más importante tarea.
Ni el PCC, ni ningún revolucionario deben trabajar desde o para la unanimidad, sino en aras de la unidad. Pero no una unidad en abstracto, sino precisamente la unidad de las personas que defienden un proyecto de nación específico, en oposición a otros proyectos de nación que se han probado en Cuba y que no han funcionado.
De ello depende el futuro de nuestro país y del sueño socialista que se nos ha entregado en fideicomiso.

