Ética de verdad
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No sé cómo será concebida en otras latitudes –pienso que, en términos filosóficos, pero también prácticos, tiene carácter de clase–, solo sé que en Cuba la ética es, y no puede dejar de ser, hermana o sinónimo de la verdad: de esa verdad que le ha permitido al país ganar tantas y, sobre todo, las más duras batallas a lo largo de seis cruciales décadas y media.
En ello pensaba hace apenas unas horas mientras, desde el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, y los más altos dirigentes cubanos, hasta los de las también vitales instancias provinciales y municipales, rubricaban el Código de Ética de los Cuadros de la Revolución Cubana.
Debe ser porque –como demostró el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz por medio de la mejor arma de una persona, su ejemplo personal– sin ética no hay verdad, ni conducta ejemplar, fuerza moral, sensibilidad humana, espíritu de sacrificio, entrega incondicional, inquietud revolucionaria, apego a la legalidad, sentido del deber o liderazgo, por solo citar algunos de los valores que deben distinguir el comportamiento real de quienes se convierten en servidores públicos o, para ser más exactos, del pueblo al que representan, del cual proceden y al que se deben.
Como en ocasiones anteriores, nuestra prensa reflejó ese momento, solemne pero sencillo; serio, pero de júbilo que, en términos de tiempo, no le ocupa al firmante más que unos segundos.
Y he ahí algo en lo que vale la pena meditar: rubricar el documento no es ese acto formal, reducido a un instante; es el deber de ser consecuentes con él, todo el tiempo.
Distinta no puede ser la concepción si –tanto al estampar la firma, como al asumir las responsabilidades– se tiene presente que este Código deviene cubanísimo zumo del pensamiento legado por Martí, el Che, Fidel, Raúl, y, a la vez, continuado, en las circunstancias actuales, por Díaz-Canel.
Columna vertebral de la Revolución –según la muy certera definición que nos dejó el Guerrillero Heroico–, miles de cuadros acuñaron un compromiso con la sociedad, con quienes transmitieron más de 5 600 opiniones y más de 1 800 propuestas de modificación dentro del anteproyecto de Código de Ética, durante su proceso de consulta.
También es un compromiso con la historia, con sus hijos, nietos, con cuantos descendientes vengan, y con su propia vergüenza personal: esa por la que a un hombre o mujer se le sigue o se le abandona. Y los cubanos, de verdad, no estamos concebidos para la segunda opción.