Por la República martiana, socialismo o muerte (II)
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El principal rasgo sociopolítico de la República martiana es, sin lugar a duda, la consecución de una forma democrática de gobierno.
SAGRADA LA PERSONA DE CADA CUBANO
Para Martí «la independencia de un pueblo consiste en el respeto que los poderes públicos demuestren a cada uno de sus hijos», lo cual está directamente vinculado con el interés nacional, pues la gestión del poder debe encaminarse «de manera que se respete como a persona sagrada la persona de cada cubano, y se reconozca que en las cosas del país no hay más voluntad que la que exprese el país, ni ha de pensarse en más interés que en el suyo».
UNIDAD DE PENSAMIENTO, NO SERVIDUMBRE DE LA OPINIÓN
Para el Apóstol, «la unidad de pensamiento, que de ningún modo quiere decir la servidumbre de la opinión, es sin duda condición indispensable del éxito de todo programa político, y de toda especie de empresas, principalmente de aquellas que, por la fuerza, la novedad y la oportunidad del pensamiento se acercan más al éxito que cuando iban sin otro rumbo que el de la pasión o el deseo desordenado (...)».
CONSTANTE CONCIENZUDO EXAMEN Y CONSEJO
Con respecto al papel de la crítica, cabe citar uno de sus textos más representativos: «Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente. ¡Bajarse hasta los infelices y alzarlos en los brazos! ¡Con el fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo y rebotando, por las venas, la sangre natural del país!».
Llama la atención el rol que Martí concibe para la oposición en una República justa, donde «el gobierno es el decoro de la patria, y la patria no debe tener enemigos en sus propios hijos». En este sentido, Martí considera que, «si el gobierno yerra: se le advierte, se le indica el error, se le señala el remedio, se le razona y se le explica; –no se tuercen intenciones, se falsean hechos, se forjan decisiones que no existen, y débiles los opositores para atacar una administración existente, –abultan sus defectos pequeños, o se crean a placer una administración defectuosa sobre la que cuesta poco declamar y combatir». No debe haber oposición constante; debe haber constante concienzudo examen y consejo. Sin esta alteza de ideas, nadie aspire al respeto común, al dominio firme y duradero».
Al mismo tiempo reconoce la existencia de «...las necesidades de la vida, que en nuestros pueblos nacientes fuerzan a los hombres de cultura inútil a oficios de parásito o a oposición interesada (...)» y advierte que «ni hay hombres más dignos de respeto que los que no se avergüenzan de haber defendido la patria con honor: ni sujetos más despreciables que los que se valen de las convulsiones públicas para servir, como coqueta, su fama personal o adelantar, como jugadores, su interés privado».
En este sentido, Martí critica una vida patria que tenga «odio por sostén», «el olvido indecoroso de las ofensas», y la convivencia con la «censura escurridiza y senil» de «los tiranos que [a la Patria] estrujan», «los soberbios que prefieren la dominación extraña al reparto de la justicia entre los propios! –y los cobardes, que son los verdaderos responsables de la tiranía!».
EL EMPLEO HONRADO DE TODAS LAS ENERGÍAS
El entendimiento de esa gran diversidad de las bases sociales con potencial revolucionario influye directamente en la concepción martiana de las élites, esos grupos que han de oponerse a la Revolución o buscar acomodo para servirse de ella. Sobre esto, llama la atención el diseño de las cinco bases principales del programa presentado por Martí a Máximo Gómez, en fecha tan temprana como diciembre de 1887, en el que le propone «la fundación de una Comisión Ejecutiva provisional para organizar la nueva lucha», y que tendría, entre sus finalidades, «unir con espíritu democrático y en relaciones de igualdad todas las emigraciones; impedir que las simpatías revolucionarias en Cuba se tuerzan y esclavicen por ningún interés de grupo, para la preponderancia de una clase social, o la autoridad desmedida de una agrupación militar o civil, ni de una comarca determinada, ni de una raza sobre otra».
Otro ejemplo representativo es su discurso fundacional conocido como Con todos y para el bien de todos. La guerra que se prepara no busca, «en este nuevo sacrificio, meras formas, ni la perpetuación del alma colonial en nuestra vida, con novedades de uniforme yanqui, sino la esencia y realidad de un país republicano nuestro, sin miedo canijo de unos a la expresión saludable de todas las ideas y el empleo honrado de todas las energías (…) Por supuesto que se nos echarán atrás los petimetres de la política, que olvidan cómo es necesario contar con lo que no se puede suprimir (…)».
En el propio discurso, Martí analiza las condiciones en las cuales podrán ser incorporadas todas las ideas y todas las energías. En él, denuncia a los «lindoros» que desdeñan la revolución, a los «olimpos de pisa papel» y «alzacolas» –oportunistas que utilizan en su beneficio las situaciones de crisis y la ignorancia popular y se alían con el bando que más influencia y ganancias les reporte–; a aduladores populistas, demagogos, y especialmente a los que buscan desacreditar la guerra y hacerla ver como «una acción bárbara y sangrienta», así como sembrar la discordia y la división.
En otro discurso excepcional, pronunciado al día siguiente, saluda «con inefable gratitud, como misterioso símbolo de la pujanza patria, del oculto y seguro poder del alma criolla, a los que, a la primer[a] voz de la muerte, subieron sonriendo, del apego y cobardía de la vida común, al heroísmo ejemplar».
Como expresión de este rico ideario democrático, uno de los aportes más trascendentes de José Martí fue la creación del Partido Revolucionario Cubano, en 1892. Con las Bases y Estatutos del Partido, Martí buscaba, como uno de sus fines fundamentales, impedir la repetición de errores de etapas anteriores de lucha, y «desde la raíz salvar a Cuba de los peligros de la autoridad personal y de las disensiones en que, por la falta de la intervención popular y de los hábitos democráticos en su organización, cayeron las primeras repúblicas americanas».
CONSTITUIR LA PATRIA CON FORMAS VIABLES
El estudio de errores anteriores, así como de miedos y prejuicios presentes, permitió a Martí entender que «desde sus raíces se ha de constituir la patria con formas viables, y de sí propia nacidas, de modo que un gobierno sin realidad ni sanción no la conduzca a las parcialidades o a la tiranía».
Con tal fin, Martí encuentra en el ámbito legal la capacidad de dar forma a la independencia, de «encarnar el espíritu nuevo» y de echar «los cimientos de una nacionalidad viva y gloriosa», por lo que pueden identificarse rasgos de las leyes de la nueva República en textos diversos, como Los Códigos Nuevos (1877) y Cartas de Martí: Historia de la caída del partido republicano en los Estados Unidos y del ascenso al poder del partido demócrata. -Antecedentes, transformaciones y significación actual de los partidos... (1885).
Para las personas de buena voluntad de cualquier latitud, el ideario del Maestro es arma emancipadora y punto cardinal en la gran empresa humana: alcanzar el equilibrio del mundo.
A nivel de nación, aquí en Cuba, reflexionar en torno a los principios raigales del pensamiento y ejemplo de Martí constituye una oportunidad para redescubrirlo como revolucionario radical, contemporáneo y universal, de cara a los desafíos apremiantes que enfrentó en su época, y que hoy siguen amenazando nuestra humanidad.