La revolución es el acto supremo de la política
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«El general, como lo llamaban los amigos, nos ha dejado. Pero la batalla que dirigieron Marx y Engels como jefes del innúmero ejército del proletariado continúa. Alentados por sus ideas, por sus consignas, los proletarios de todos los países se han unido, seguirán fortaleciendo su unión y finalmente vencerán».
Esas fueron las palabras de Pablo Lafargue, delante del féretro de Federico Engels. El médico y pensador socialista cubano, como se sabe, no solo fue discípulo y yerno de Carlos Marx, sino también su compañero de lucha.
Engels, nacido en 1820, fue el fiel amigo de Marx, con quien compartió La sagrada familia; La ideología alemana y el Manifiesto Comunista. Sin embargo, dejó obras de obligadas citas con ellas como el Anti-Dühring; El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado; Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, o El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre.
Fue su grandeza intelectual, arropada de un pensamiento revolucionado y revolucionador, la que también nos legó que el materialismo dialéctico es una de las imprescindibles plataformas metodológicas de las Ciencias Sociales. En Dialéctica de la naturaleza da fe de ello.
El doctor en Ciencias Históricas Hassán Pérez Casabona destaca una singular arista del genio del pensador, cuya vigencia habla de un adelantado razonamiento, cuando observa que Engels estimuló la preparación en múltiples disciplinas de aquellos llamados a desarrollar los cambios que desterraran la opresión.
«Las revoluciones burguesas del pasado necesitaban únicamente que las universidades les suministrasen abogados, la mejor materia prima para la formación de sus líderes políticos, pero para la emancipación de la clase obrera se necesitarán, además, médicos, ingenieros, químicos, agrónomos y otros especialistas, ya que se trata de dominar la dirección, tanto de la máquina política como de toda la producción social, y esto no se consigue con frases sonoras, sino con conocimientos firmes», se lee en el mensaje que enviara, en 1893, al Congreso de estudiantes socialistas.
Cuando hoy hablamos de ciencia, investigación, innovación de ciclos de I+D+i, él se nos había adelantado en el tiempo, y puso su luz, justamente en los jóvenes que, como ayer, hoy son la fuerza que hará continuar la historia.
Fidel vio esa luz, y desató el torrente de conocimientos que cargó la Revolución Cubana, desde el programa concebido en el Moncada, materializado en la Campaña de Alfabetización, en 1961, embrión del país de hombres de ciencia que él dijo que tenía que ser Cuba.
El valor de ese capital humano, de los saberes de la inteligencia colectiva, es la esencia del modelo de país que somos hoy, heredero de las prédicas de Martí, de Lenin, de Marx y de Engels, quien hoy, a 130 años de su partida física, se siente en la concepción suya de las gestas revolucionarias: la revolución es el acto supremo de la política.