Justo aquí, de pie
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No es que necesitemos que amenacen las peores tormentas para pensar en él, porque lo pensamos siempre. Le negamos el pasado y nos acostumbramos a vivir con su luz desde el presente. Pero hay una verdad innegable: la herencia de su preclaro pensamiento se convirtió –desde la excepcional reivindicación que le hicieran los jóvenes hijos en su centenario– en el mejor de los escudos contra los prepotentes excesos de aquellos, cuya mayor expectativa es ver al mundo a sus plantas.
Para ese sueño vil, son la libertad y la justicia las más amenazadoras irreverencias. Nada perturba más al aspirante a señor universal que la determinación absoluta e irrenunciable de quienes no solo hacen caso omiso a sus órdenes, sino que se revelan abiertamente contra ellas.
Ruge el monstruo desde sus entrañas tormentosas, esas de las que fuimos alertados hace mucho; esas que nada han cambiado en sus esencias excepto porque, ahora, es más notoria la incongruencia en su hacer y en sus pasos, por erráticos y desmesurados, mucho más peligrosos. Ya no se oculta su garganta para vociferar lo impensable, ya el lobo ni siquiera se molesta en vestirse de oveja. Le gusta que lo vean en su estado puro, la amenaza es su estrategia; el miedo, su carta de triunfo. Su naturaleza contradictoria y convulsa se despliega.
Y así, en medio de la tormenta, de la oscura transición de un poder que cambia de nombre y partido, pero tiene raíz y tronco común, vuelve a ser 28 de enero, y eso basta para que se extienda, sin importar la persistencia de la tempestad, una luz esperanzadora y pura, que despeja siempre nuestro cielo. Tanta luz vino al mundo en un solo ser, pero ya no fue jamás para él únicamente, porque hay quienes nacen para ser la claridad imprescindible de otros, y no saben, no quieren ni aceptan jamás vivir para sí, porque entienden necesario vivir por otros.
Con aquel alumbramiento llegó a Cuba más que luz, llegó la protección eterna y lúcida de un pensamiento avanzado, que lo fue más aún por haberse nutrido de amor patrio, de humanismo y justicia. Por la comprensión temprana y absoluta de que no existe la felicidad si no se es libre.
Privilegiada fue desde entonces la madre Patria con aquel hijo, aquel, que veló por ella hasta el instante final de su existencia, y que en el bregar incesante por dignificarla, en el esfuerzo perenne por aunar a sus hermanos de tierra y convicción, pudo alertar antes que nadie, de la voracidad con que se cernía sobre su Patria chica, sobre su Patria grande, el «monstruo» que aún no revelaba del todo su verdadera identidad.
Y así, con hambre colonizadora y brutal, puso los pies en esta Isla, decidido a consumirnos hasta el alma, a podrirnos la identidad con su veneno, a dejarnos en un estado tan deplorable, que nos faltaran las fuerzas para alzar otra vez la cabeza.
Y sí, hirió, laceró y envenenó todo lo que pudo, pero no contó con un pueblo que ya sabía el significado del yugo y de la estrella. Olvidó que corría por nuestras venas un rencor eterno al opresor, y que estábamos dispuestos a impedir, con la independencia de Cuba, que apagaran la esperanza de todo un continente.
La ceguera que ataca a quien se enferma de poder lo hace creer también que es infalible.
Vuelve a ser 28 de enero, y si por casualidad han olvidado esas verdades, si por asomo han creído la idea de que la historia es solo tiempo pasado, les recordamos que, en Cuba, sigue viviendo Martí.
Un Martí que alerta, que conduce, que esclarece y que no necesita para eso de su voz ni de su cuerpo, porque tiene muchos cuerpos, muchas voces. Un Martí que es todo Patria, todo pueblo.
Que ruja entonces el monstruo, conocemos sus entrañas, y no lo subestimamos, pero nos sabemos capaces de mirarlo a los ojos y decirle abiertamente las verdades que nos guían.
Y cuando llegue otro enero, cuando amanezca otro 28, no sabemos desde qué garganta emitirá sus alaridos, ni quien será el titiritero de los muchos muñecos que caen de bruces en cuanto el amo llama; pero algo es seguro: nosotros, tal como ahora, seguiremos, de pie, ante sus narices, justo aquí.
Yugo y estrella
Cuando nací, sin sol, mi madre dijo:
–Flor de mi seno, Homagno generoso
De mí y de la Creación suma y reflejo,
Pez que en ave y corcel y hombre se torna,
Mira estas dos, que con dolor te brindo,
Insignias de la vida: ve y escoge.
Este, es un yugo: quien lo acepta, goza.
Hace de manso buey, y como presta
Servicio a los señores, duerme en paja
Caliente, y tiene rica y ancha avena.
Esta, oh misterio que de mí naciste
Cual la cumbre nació de la montaña,
Esta, que alumbra y mata, es una estrella.
Como que riega luz, los pecadores
Huyen de quien la lleva, y en la vida,
Cual un monstruo de crímenes cargado,
Todo el que lleva luz, se queda solo.
Pero el hombre que al buey sin pena imita,
Buey vuelve a ser, y en apagado bruto
La escala universal de nuevo empieza.
El que la estrella sin temor se ciñe,
Como que crea, crece!
Cuando al mundo
De su copa el licor vació ya el vivo:
Cuando, para manjar de la sangrienta
Fiesta humana, sacó contento y grave
Su propio corazón: cuando a los vientos
De Norte y Sur virtió su voz sagrada,–
La estrella como un manto, en luz lo envuelve,
Se enciende, como a fiesta, el aire claro,
Y el vivo que a vivir no tuvo miedo,
Se oye que un paso más sube en la sombra!
–Dame el yugo, oh mi madre, de manera
Que puesto en él de pie, luzca en mi frente
Mejor la estrella que ilumina y mata.