Lo único que no se perdonó Vidal fue el no haber descubierto en sus ojos claros los planes del hijo del carpintero para aquel 26 de julio.
Me habría marchado con él y lo hubiera salvado con mi propia vida de las bestias amarillas que merodean en la noche. Los remordimientos desde entonces no me han dejado dormir feliz nunca más, me confesó mientras se iba con sus pasos lentos, calle abajo, en busca del barrio que le recordaba la patria de sus padres.
Conversación con Abel Santamaría
Miras, Abel,
sin ojos en la tierra.
Tu mirada viene de lo que no abandona la belleza.
Aquí está derramada
como cuidando el sesgo de tu isla,
la lucha del mar por sostenerla;
ayuda al balanceo de las palmas,
agrede nuestro miedo.
¿Quién le dice: párate;
quién la vuelve a esa cuenca desolada?
Miras, Abel,
y se revuelve el hambre de los pobres.
Miras, y arde
la libertad de los hermanos secos,
enterrados a pulso
frente a los sinsontes.
Aquí convoco
tu córnea interminable
persiguiendo el mal con una lágrima,
la pupila
oráculo de tu hermana,
rebelde,
pariendo luz dentro del polvo.
Yo no me enluto,
yo no sollozo.
Yo oigo tu mandato
y me apoyo en ti como en un talismán,
como en un aire de yagrumas,
como en un himno.
Tú eres el único que ahora ve en las tinieblas,
porque aquí ya todos somos ciegos.
Danos tu mirada.
Es fuerte como la primavera del milagro.
Ampáranos con tu: ten mis ojos, Cuba. (Carilda Oliver Labra)

