¿Acaso no fue un Moncada el joven Cardoso Villavicencio, bunker moral frente la tortura y la soledad, en una cárcel de África? ¿Tendrían referente mayor Los Cinco, para, erguidos resistir la prisión estadounidense, hasta su regreso triunfal?
Moncada fue la proeza de los científicos, cuando algunos pregonaban el funeral del socialismo cubano en el remolino de una crisis pandémica, con brutal cinismo agravada por arribistas medidas, que les cortaron el paso a cuantos fármacos, insumos médicos o alimentos intentaban arribar a la Isla.
Disparando Abdala, Soberanas, Mambisa, se levantó Cuba otra vez, triunfal y esperanzadora; en sus bulbos, «humedad de amor bravío», igual navega el amanecer de la Santa Ana.
Frente a las duras encrucijadas de hoy, cuando uno ve el sudor en rostros noveles y experimentados, que desafían las embestidas térmicas de una caldera, en Felton o cualquier central del país; cuando se sabe de similares faenas en otros sitios, vuelve con la certeza, la esperanza de al fin y a tiempo ver desplegado ese mismo paisaje, en disímiles frentes. Cuba lo espera; lo necesita. La Isla tiene en cada corazón un Moncada; y se salva así, con actitud inmune a consignas huecas.
Esa sería la versión más útil, el enlace continuo que la patria teje con hechos, inspirada en los Moncadistas, y validada en sus hijos, por jóvenes como Adrián en su triunfo doloroso y hermoso, cuando con su vida salvó una inocencia indígena en el Amazonas venezolana.

