Del pasado luminoso al porvenir, siempre Céspedes

Aquel nacimiento que llenó de luz y alegría la aristocrática casa número cuatro, del callejón de la Burruchaga, en Bayamo, la noche lluviosa del 18 de abril de 1819, también se convertiría en un alumbramiento para el porvenir de la nación cubana.

Ese día llegaba al mundo el hijo primogénito de Jesús María y Francisca de Borja; un varón nacido para terrateniente y señor de esclavos, quien, andado el tiempo, emergería –con la fuerza de un volcán– como el principal impulsor de la primera gesta emancipadora en la Isla, en padre de todos, presidente digno… verdad de un país.

Por ello, quien quiera encontrar razones para afianzar su cubanía necesitará hurgar en la ruta heroica de aquel Hombre de Mármol, «en quien chocaron, como en una peña, despedazándola en su primer combate, las fuerzas rudas de un país nuevo», tal como lo describiera José Martí.

Lo habían bautizado como Carlos Manuel de Céspedes, pero su impronta revolucionaria y sus hondos sacrificios personales le ganarían un epíteto conmovedor: Padre de la Patria. No podía ser de otra manera para quien prefirió la muerte de uno de sus hijos a manos de los españoles, antes que deponer las armas levantadas en nombre de la libertad de Cuba.

Así de extraordinaria era la grandeza humana y la solidez moral del Céspedes quien, además, renunció a sus riquezas materiales para irse a la manigua a conquistar el derecho de los cubanos a su soberanía; el mismo patricio que unió a ricos y a pobres, blancos y negros en un ideal común; y el líder que bajó de la presidencia cuando se lo exigieron sin reclamar para sí gloria alguna.

Así de asombrosa fue la existencia, corta y vibrante, de aquel héroe de carne y hueso –que aún asechado por contradicciones y enemigos– se echó un pueblo sobre los hombros, como expresión suprema de su más grande sueño: la Revolución iniciada en La Demajagua, el 10 de octubre de 1868.

De aquel heroico bayamés, pequeño de estatura, pero fuerte e inquieto de carácter, también señalaría Eusebio Leal, tras leer su diario perdido: «Todo cuanto está escrito, día a día y hora a hora, refleja la ansiedad y la agonía, las luchas enconadas, las privaciones y la entereza del hombre que jamás perdió la fe en la victoria de su pueblo».

Esa es la esencia que perdura del Céspedes que, a 205 años de su natalicio, aún nos habita con su presencia de luz y su misma convicción profunda de que «nuestro lema es y será siempre: Independencia o muerte».