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Esa demanda, aprobada antes por el Congreso de la Federación Americana del Trabajo, había sido respaldada por grandes manifestaciones de los obreros estadounidenses como la del primero de mayo de 1886 reprimida violentamente, al igual que el mitin efectuado días después en Haymarket Square, que derivó en un infame proceso judicial contra líderes anarquistas cuya injusta condena a muerte los convirtió en los Mártires de Chicago.
Muchos de los 3 mil trabajadores cubanos que desfilaron en 1890 no habían permanecido indiferentes ante la conjura contra sus hermanos de clase en Estados Unidos, todo lo contrario: manifestaron de diversas formas su solidaridad con los acusados falsamente. Integraron un comité de auxilio destinado a recaudar fondos para costear la apelación a la Suprema Corte de Justicia norteamericana con el fin de que anulara la sentencia de muerte. No dudaron en donar parte de sus míseros jornales hasta reunir varios miles de pesos para ayudar económicamente a las esposas e hijos de los condenados. Otra de sus acciones fue una asamblea de 2 mil participantes para reclamar ante el gobernador de Illinois el indulto.
Nada detuvo a los verdugos y cuando se consumó el asesinato legal, el periódico El Productor, dirigido por el destacado líder obrero Enrique Roig San Martín publicó: “La historia, esa maestra severa y elocuente nos demuestra que las ideas emancipadoras no se ahogan con sangre, y que el árbol sagrado de la libertad, cuando más lo pode la tiranía, más lozano y lleno de vida se levanta”.
El suceso había tenido un cronista excepcional: José Martí, entonces residente en los Estados Unidos quien en su texto Un drama terrible, puso de manifiesto la manipulación de la prensa de ese país al presentar a los acusados como “bestias dañinas”, reveló cómo “la República entera” peleó para mantener el castigo, a pesar de que no se probó la culpabilidad de los encausados, y destacó que la persistencia en la condena se hacía “para ejemplo”. Por ello, denunció, el sistema actuó “con rabia semejante a la del lobo para (…) que no arrebatasen del cadalso” a los que se habían juzgado.
El desfile del Primero de Mayo en Cuba fue organizado por el Círculo de Trabajadores, destacado en la solidaridad con los Mártires de Chicago. En un manifiesto plasmó la determinación de celebrar la fecha para que se conocieran las aspiraciones de los oprimidos en la Mayor de las Antillas.
Partieron del antiguo Campo de Marte (hoy Parque de la Fraternidad) y continuaron por las calles Reina, Galiano, San Rafael hasta concentrarse en un salón de entrenamiento denominado Skatin Ring, situado en Consulado y Virtudes.
Allí hicieron uso de la palabra 15 oradores que revelaron la miseria y la explotación a que estaban sometidos, enarbolaron la jornada de trabajo de 8 horas, reclamaron la igualdad entre blancos y negros, hablaron de unidad y expresaron su apoyo a las demandas de diversos sectores, algunos de ellos en huelga.
Aquella jornada de lucha de la que se cumplen 135 años, abrió las puertas a otras muchas movilizaciones de las masas desposeídas de nuestro país en reclamo de sus derechos, demostró el sentimiento solidario de los obreros cubanos y fue madurando su conciencia de que cada una de estas acciones formaba parte de las luchas de los oprimidos del mundo por su emancipación.
A los trabajadores de estos tiempos les cabe el orgullo de comprobar que aquellos cubanos humildes, agobiados doblemente por el dominio colonial y la explotación laboral, fueron capaces de actuar con audacia y combatividad desde la primera convocatoria mundial de lo que sería desde entonces el Día Internacional de los Trabajadores.