Hart en el epicentro de la batalla cultural
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Hace seis años de la siembra eterna de un fundador, de un hombre íntegro, de un padre espiritual. Hace seis años que partía físicamente un agudo intelectual, un profuso pensador y un baluarte de la ética, la justicia y la vocación de servicio.
Es Armando Hart Dávalos el combatiente del 30 de noviembre en Santiago, el estudiante de Derecho que protagonizó, entre otras acciones heroicas, el entierro simbólico de la Constitución del 40; el ministro de Educación cuando inició la gran revolución cultural en 1959, tras el triunfo revolucionario, con la Campaña de Alfabetización; el imprescindible ministro de Cultura, el martiano entrañable, el fidelista de carácter entero.
Marxista original, logró una sinergia armoniosa entre la teoría y la práctica revolucionarias; la cuestión moral es el origen, la revolución social, y el papel de la cultura es destino creador de una cosmovisión filosófica capaz de plantearse los mayores problemas y encontrar las soluciones más sencillas; fue a la raíz, porque volvió, en constante renovación crítica, al proyecto original; porque tuvo cultura de hacer política. Es este un concepto del que no solo habló y teorizó, sino que practicó de forma extraordinaria.
Hay en Hart una suerte de misterio que estimula el ejercicio de pensar, pero desde un espíritu muy joven, con mente abierta y vital en tiempos en los que las mentes son colonizadas y sometidas a imperios carceleros de la creatividad, la originalidad y la autenticidad.
Es el misterio que en sí misma es Cuba, con sus matices diversos y las complejidades propias de su historia y la realidad que la acompaña; que la hace resistir como piedra en el zapato capitalista, que sirve de luz orientadora o llama eterna de la martiana revolución, a nuestros pueblos de América.
Su apuesta por los jóvenes se alimentaba y crecía cada día; fue un fundador, un creador original, un sembrador de ideas y conciencia, un marxista profundo, liberador, despojado de ataduras epidérmicas en su pensamiento.
Fue un militante por la humanidad, siempre nos llamó a salvar la familia humana, a preservar la paz, a defender los valores del socialismo. Ahí está su cosmovisión, heredero de la filosofía electiva de la tradición ética, jurídica, cultural y política; su apego a lo más autóctono de la identidad cubana, su motivación constante a dar vuelo a la felicidad.
Donde no está la cultura, afirmó Hart, está el camino a la barbarie; es esencialmente, desde esa defensa reflexiva y radical, un antídoto salvador en medio de tanta inmundicia intelectual.
DIALOGAR CON LA CULTURA
Hay que salvar la cultura, y hemos de asirnos a lo mejor del pensamiento crítico, descolonizador y revolucionario que ha formado la humanidad. Es imprescindible cultivarnos, no como meros asimiladores acríticos de la obra antecedida, sino como partícipes activos en el proceso de diálogo con la propia cultura, en la construcción de saberes e interpretación de la realidad.
Un exponente principal de ese permanente diálogo es Armando Hart; pensador de su tiempo, gran conocedor de la tradición de la que somos hijos, ética, filosófica y cultural, de resistencia patriótica y alternativa emancipadora. Como bien conoció su tiempo, estuvo a su nivel, y transmitió, lo sigue haciendo, con la fuerza de sus años, importantes lecciones, las del maestro paradigma, sabio penetrante en la razón y los sentimientos de sus discípulos.
En prólogo a un texto fundamental de Hart, una especie de manifiesto martiano y comunista, Marx, Engels y la condición humana. Una visión desde Cuba; el intelectual Néstor
Kohan escribió, sobre la base de criterios –que compartimos– desde una visión nuestroamericana y con clara comprensión de la altura ética, política e intelectual de Hart; y de los anhelos históricos de la juventud, que son también los de hoy, de alcanzar un mundo mejor, que es posible y necesario para frenar el avasallante orden capitalista: «Es el libro de un joven por la frescura y la amplitud de sus ideas, por la pasión y el entusiasmo con que aborda los problemas, por la ausencia de reverencias que pone en práctica frente a “las autoridades” otrora tradicionales de la teoría, y frente a los dogmas cristalizados que obstaculizaron el sueño revolucionario de las generaciones precedentes».
Hart incomodó los cánones trillados y los lugares comunes que tanto han retrasado al pensamiento de la rebelión, a la teoría de la revolución, a la práctica política de la transformación radical y al proyecto socialista en América Latina y en el mundo. Por eso pertenece a esa pléyade de pensadores transgresores del dogmatismo y la contemplación vacía e infértil, a esa corriente que siempre se ha opuesto al imperialismo, como nos recuerda Kohan: «…no solo en el terreno económico –denunciando la explotación del hombre por el hombre y el saqueo de nuestro continente– sino también en el ámbito de la cultura, criticando la enajenación que subordina los valores éticos y espirituales al mercado».
El nombre de Hart, su pensamiento vital, da continuidad al de Mella, Villena, Ponce, Mariátegui, Roa, Vasconcelos, Sandino, el Che y Fidel; y se eleva firme a lo más alto de la condición humana. Su visión tiene su iris en Cuba, en la cultura de hacer política aprendida de José Martí y Fidel Castro, en lo mejor de la tradición bolivariana y en las tesis humanísticas que lo formaron y consagraron como el gran pensador y teórico de la revolución que es.
Su lucha no se detuvo ante dificultades, y aun en las peores circunstancias, siempre renacía. Nos convoca Hart, a seis años de su partida física, a un momento de filosofía, nos invita a meditar sobre los peligros del mundo y las misiones que tenemos.
FOMENTAR UN PENSAMIENTO DESDE LAS ESENCIAS
La humanidad padece de una terrible crisis civilizatoria, es un drama que asusta cuando vemos, desde la clara previsión de Fidel, en peligro de extinción la especie humana. Un análisis serio de esta situación, del momento actual que vivimos, de la realidad de América Latina y el Caribe (la necesidad de preservar a nuestra América como zona de paz, y la salvaguarda del ideal integracionista y concreción práctica de la unidad en nuestros pueblos); de los conflictos de Europa y el Medio Oriente, de la insostenibilidad del capitalismo, de la verdad sobre Estados Unidos, su política exterior y actual presidencia; de los desafíos que tenemos en la construcción de un mundo mejor; deviene punto de partida para una ofensiva revolucionaria por la salvación de la humanidad.
A esto nos ha llamado Armando Hart, quien una vez más nos da certeras claves para sostener esta lucha antimperialista: «La humanidad precisa hoy un pensamiento que lleve en sí la esencia de cada uno de nuestros pueblos, las fuentes latinoamericanas como rasgo original, la identidad nacional, el respeto al derecho ajeno tanto a nivel individual como colectivo, una estrategia cultural, ética y políticamente admisible, un ejercicio íntegro del deber y un carácter entero como abogaba el Apóstol de Cuba José Martí. Y a propósito de ese necesario pensamiento filosófico, político y social, hemos de ir a fuentes de indiscutible valor, dotarnos de la levadura histórica de hombres de una altura ética trascendental, de pensamiento y acción valerosa como Simón Bolívar, José Martí, Hugo Chávez y Fidel Castro. En ellos vamos a encontrar importantes lecciones de política, sobre todo, de algo en lo que he insistido y he llamado “la cultura de hacer política”; pues son estos grandes hombres maestros en ese arte, donde tanta falta hace saber conjugar el ser radical con el ser armonioso; y más en estos tiempos. No olvidemos que las enseñanzas de Martí y de Fidel, especialmente en el campo de la política, constituyen el aporte fundamental del pensamiento cubano a la cultura política y filosófica universal: la ya aludida cultura de hacer política; o sea, las formas prácticas que utilizamos para lograr materializar la cultura política y vencer los obstáculos que se levantan ante todo proyecto revolucionario».
Hart no fue partidario nunca de la división, de los feudos, de segregar cuando el momento exigía y (exige hoy) albergar la unidad. Su principio, unir para vencer, tiene un extraordinario alcance filosófico, porque hay en él una elección y toma de partido, por lo que significa la garantía de victoria bajo la fórmula del amor triunfante: con todos, y para el bien de todos.