Ciencia con alma de mujer
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«Belinda Sánchez Ramírez es un ser de otro mundo. ¿Cómo pudimos estar tan cerca durante tantos años y no haber encontrado antes el motivo para unirnos para siempre? Pero hoy tenemos a Soberana y ella ha sido su corazón, sus pulmones, su vida en los últimos dos años. Soberana nos unió para siempre, a ti y a mí, a ustedes y a nosotros, al Centro de Inmunología Molecular y el Instituto Finlay de Vacunas. Muchas felicidades, chulina. La vida se premia con tu existencia. ¡Brindemos por ti!».
Belinda cumplió años el pasado 30 de enero, y Dagmar García Rivera –una hermana sin sus apellidos, hija más bien de las circunstancias y el compromiso– le dedicó esas palabras en su muro de Facebook. Letra a letra se adivina la amistad nacida en medio de una pandemia que ha puesto a estas científicas lado a lado, codo a codo, intentando concebir vacunas eficaces y seguras, y, de paso, descubrir el modo de salvar a un país.
«Nuestra amistad es infranqueable y la culpa es de Soberana». Lo dicen casi al unísono, con palabras parecidas, sin mirarse, a sabiendas de que la ciencia no es un nicho de soledades y ninguna institución cubana hubiera podido desarrollar a solas una vacuna efectiva contra la COVID-19. Precisamente las Soberanas (01, 02 y Plus) surgieron de una alianza singular entre el Instituto Finlay de Vacunas (ifv), el Centro de Inmunología Molecular (CIM) y la Facultad de Química de la Universidad de La Habana.
«Las grandes obras son consecuencia del esfuerzo de muchos», sentencia Dagmar. Tiene los ojos coloreados de mar y una seguridad absoluta en lo que dice. Sus notas aclaratorias han sido un bálsamo contra las tergiversaciones y las dudas, lo mismo en televisión que en redes sociales. En ambos espacios ha defendido a capa y espada la verdad sobre los inmunógenos cubanos, con una locuacidad que aprendió impartiendo clases en la Universidad Central de Las Villas.
Allí se graduó de licenciatura en Ciencias Farmacéuticas, porque el periodo especial le puso un freno a su sueño de convertirse en bioquímica. De haberlo logrado, tal vez, durante la carrera en la Universidad de La Habana, hubiera oído hablar de Belinda, quien es hoy la directora de Inmunología e Inmunoterapia del CIM, otra de las instituciones cabeceras del Grupo Empresarial BioCubaFarma.
Belinda tiene el pelo negro y rizo. El adorno de un trébol de cuatro hojas le cuelga del cuello con gracia. Dicen los amigos que es un ser de otro mundo; que por eso es común escuchar: «Dios en el cielo, y Belinda en la Tierra». Habla con dulzura y sonríe todo el tiempo. O casi siempre, porque ante los desafíos le nace la seriedad en la mirada. De seguro fue ese el modo en que escrutó las palabras que, en forma de reto, pronunció el Presidente Díaz-Canel, el 19 de mayo de 2020, cuando conminó a un grupo de científicos a crear vacunas propias contra el coronavirus sars-cov-2, y con ellas, soberanía.
Dagmar estaba también allí, sin ruborizarse. Ella y los científicos Vicente Vérez y Yury Valdés, líderes del ifv, han conformado un trío capaz de conducir hacia la meta el compromiso contraído con el Presidente y, sobre todo, con Cuba. «Hemos vivido etapas muy duras. Por ejemplo, con Soberana 01 el antígeno estaba claro, el diseño molecular también, pero la dosis de antígeno a la que habíamos apostado no fue suficiente, y hubo que corregir y recomenzar. Aunque hoy no tiene nada que envidiarle al resto de las vacunas, en ese momento se quedó atrás».
«Cada fallo nos angustiaba –acepta Belinda–. Cuando ya estábamos listos para iniciar la intervención poblacional en La Habana, tuvimos retrasos productivos con Soberana; tropiezos por factores como el bloqueo, que no es un lema que se repite sin argumentos, y por el cual no siempre pudimos contar con los recursos y reactivos que necesitábamos».
Para Dagmar fue especialmente difícil esa pausa en el escenario productivo, asociada a la disponibilidad de recursos materiales imprescindibles y a otras complejidades del proceso biotecnológico, porque «aun cuando se tenían los datos de eficacia tras el ensayo clínico fase iii, que permitían que Soberana 02 dejara de ser un candidato vacunal para transformarse en vacuna, no se contaba con las dosis necesarias para respaldar ese resultado».
Lo cuenta como quien carga encima un peso enorme, del que no puede desprenderse: «Teníamos el compromiso de entregar las dosis requeridas entre finales de mayo y principios de junio de 2021, y no podíamos. Sabíamos que la vacuna funcionaba, era eficaz, pero no había modo de avanzar. Fue el momento más estresante para el proyecto de vacunas Soberanas. En ese instante teníamos la sensación de que le estábamos fallando a un país».
Belinda sabe que, de esos traspiés, de esas incertidumbres, se habla poco en los medios de comunicación, pero son parte de la vida misma, del día a día de la ciencia. «El desarrollo de una vacuna puede demorar unos diez años. Nosotros, como sucedió en todo el mundo, nos saltamos varios pasos para llegar antes, y en un proceso tan complejo eso siempre genera errores y caídas que nos tocan muy adentro».
Ese toque que sobrecoge, cuando un sueño tan humano debe sortear tantos escollos, lo sintieron ambas al comprobar que en un 25 % de los sujetos vacunados, la respuesta inmune no era suficientemente buena con dos dosis, y entonces decidieron aplicar una tercera. «Hubo cuestionamientos, dudas –recuerda Dagmar–. Nos dijeron que estábamos locos por hacerlo en medio de un ensayo en curso, pero al final pudimos probar que cuando se usan esquemas heterólogos (con vacunas diferentes, como Soberana 02+Soberana Plus), la respuesta inmune es muy superior, y nuestra misión como científicos es encontrar la combinación exacta que propicie la mayor protección posible a las personas contra el virus».
Juntas, Belinda y Dagmar han sorteado escollos y recibido abrazos. Juntas fueron reconocidas como Heroínas del Trabajo de la República de Cuba, a sabiendas de que es un premio colectivo, de muchos, comenzando por quienes las esperan al terminar el día.
«Si no tuviera detrás la familia que tengo y el apoyo de mis suegros, que cerraron su casa y vinieron a vivir conmigo para ayudarme con mis hijos, Fabio y Darío, de 17 y 11 años, no hubiera podido hacer nada». Dagmar tiene la certeza de que la educación de sus hijos puede ser un alto precio por pagar: «No he podido estar ahí para dedicarles el tiempo suficiente a sus estudios, sus tareas, porque con las teleclases no basta».
A Belinda le ha sucedido igual, en una época marcada por no pocos renunciamientos. Para ella no hubo descanso, ni entretenimiento, ni alimentación en los horarios adecuados, ni sueño… «Tengo la suerte de vivir en una familia donde compartimos valores, el amor por Cuba; con plena conciencia de la enorme responsabilidad que afrontábamos. Había comprensión y no faltaron el cariño y el apoyo, pero ha sido muy duro para todos».
En su oficina, Belinda ha colocado fotos con sus hijos Abel y Camilo, con amigos, con Fidel. Las ha engrampado entre papeles y ahora el mural está repleto de tareas, recuerdos y nostalgias. «La muerte de cualquier ser humano duele, pero cuando se trata de un niño es casi antinatural. A todos nos consternó el fallecimiento del primer niño por la COVID-19 en Cuba, y luego de otros. Eso hizo más urgente la necesidad de resolver el problema». Mientras habla, tiene fija la mirada en las probetas colgadas sobre la mesa enorme del laboratorio. Parece querer esquivar las lágrimas, algo que Dagmar, sin embargo, no consigue cuando habla de su padre.


